jueves, 26 de enero de 2012

Ojos de mujer. Idóneos para Religión

Ser profesor de Religión no es ser un docente como los demás. Ser profesor de Religión es impartir un legado histórico que lleva consigo una coherencia de vida, que une lazos entre lo que se cree y lo que se dice, y entre profesor, alumno y familia, que es quien ha elegido el centro educativo. La enseñanza de la Religión es, sobre todo, un testimonio y modelo de vida.
En otras materias, hay que tener conocimientos técnicos, pero esos conocimientos no tienen por qué afectar a la vida personal, aunque siempre sea importante el ejemplo del profesor. En la enseñanza de la Religión, los conocimientos tienen que ir avalados por un compromiso previo adquirido que, de alguna forma, se hace evidente con la posesión de la Declaración eclesiástica de idoneidad (DEI), y que busca que no haya disparidad e incoherencia entre la vida, los conocimientos y el mensaje.
Dice el Acuerdo de la Conferencia Episcopal que se refiere a este tema que «la expedición de la DEI supone recta doctrina y testimonio de vida cristiana. Está basada en consideraciones de índole moral y religiosa, criterios cuya definición corresponde al obispo diocesano» (27/4/2007).
Esto significa que la Iglesia otorga la preceptiva Declaración, pero también que es quien debe determinar, lógicamente, cuándo se pierde la idoneidad.
La DEI se concede, en principio, de forma permanente, pero ¿qué sucedería si un profesor de Religión católica decidiera cambiar de religión? ¿Tendría sentido mantener su idoneidad de permanencia en esta tarea? Lo correcto sería que fuese él mismo quien manifestase que no puede seguir impartiendo la asignatura, por coherencia personal, al variar sustancialmente sus circunstancias.
Lo mismo ocurre cuando cambian algunas situaciones personales, porque la idoneidad que se presumía en un principio es posible que se vea alterada. Lo que un profesor de Religión vive afecta directamente a la vida de los educandos, y no ser coherente con este tipo de enseñanza resulta un fraude para los alumnos y para los padres que han matriculado a sus hijos en la asignatura de Religión.
Los niños son tremendamente intuitivos y detectan con facilidad si quien les enseña ama su materia, si le gusta lo que explica y si sabe enseñar, si es coherente entre lo que dice y lo que hace. Ellos no merecen ser defraudados, que el profesor los engañe y les quiera vender algo en lo que ni él mismo cree.
Los padres –que son los que han matriculado a sus hijos en la clase de Religión– han de pedir que el profesor de esta materia tenga un comportamiento ético que le permita valorar si debe seguir impartiendo la asignatura de forma coherente con su vida, porque se trata de eso, de enseñar un modelo de vida.
Es una gran tarea enseñar Religión, porque se enseña al alumno unos valores que, a veces, van contracorriente, pero que serán una brújula para orientarlos a lo largo de toda su vida, y les permite ir avanzando en su propio desarrollo escolar y personal. Y para esta gran tarea hacen falta buenos, muy buenos docentes, ¡los mejores!
 
Olimpia García Calvo, portavoz de Concapa
Alfa y Omega - jueves, 19 de enero de 2012